la gran muerte iluminada por pequeñas
luces sobre el rostro inestable del infinito
se cubre de fantasmas que se desplazan al
desgarro viento tropezando sin hablar barriendo
mareadas sombras que juegan a la danza pendular
en la superficie
todo se aquieta y el instinto alerta suspendido
detrás de mis ojos se abren cuando la existencia
calla a la primera señal de la onda expansiva que
ensordece, luego la tranquilidad comienza a vibrar
haciendo bailar todo lo inanimado al ritmo bramido
de lo natural
la energía se absorbe en cada latido violento
y en el momento de la calma, la adrenalina se
estrella dentro del envase bajo el hechizo de
vida
el templo ahora es espacio abierto bajo
la noche negra, cuando el silencio despierta
el paisaje deja de crujir
lo conocido se vuelve extraño
la oscuridad se deja respirar
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